Director: Martín Rejtman
Actores: Susana Pampín, Benjamin Coelho, Rafael Federman, Manuela Martelli, Camila Fabbri, Fabian Arenillas.
Guión: Martín Rejtman.
Productores: Rosa Martínez Rivero y Violeta Bava.
Fotografía: Lucio Bonelli.
Producción: Ruda Cine, Jirafa Films, Pandora Films y Waterland Film.
Observamos a un joven solo en una discoteca, no hay música pero le vemos bailar, vuelve a casa, no puede dormir por el calor así que decide darse un baño y cortar el césped. En el garaje se encuentra una pistola, sin ningún motivo se pega dos disparos, uno en la cabeza, falla, otro en el estomago que acierta pero no produce daños. Mientras todo ésto ocurre su perro se escapa por debajo de la valla.
Éste acto sobre el que nos preguntaremos durante toda la película es la llama que enciende la mecha de la acción de "Dos disparos", pero no el protagonista de la trama que son los personajes, los cuales se nos van presentando a velocidad vertiginosa delante de nuestros ojos. Como si del ya famoso efecto mariposa se tratara, éstos dos disparos producen una serie de cambios en la vida de Mariano y todos los que están a su alrededor.
Martin Retjman posa la cámara con decisión con un continuo plano fijo que deja bien clara su intención, abrir una pequeña ventana al espectador para que éste observe con afán de voyeur todo lo que pasa tras éste acto diferenciador, así, sin apenas hilo argumental y saltándose la mayoría de las reglas de la narración clásica, la acción salta de un lugar a otro mostrándonos escenas cotidianas de multitud de personajes salpicadas por pequeñas gotas de humor absurdo, deambulando por un laberinto en el que más que buscar una salida se limita a observar los caminos que puede recorrer.
Como el propio título indica, buena metáfora de lo que nos cuenta el film, la historia se divide en dos tramas: un primer disparo a la cabeza, el que debería ser definitivo, pero que falla, la historia de Mariano y Ezequiel, que debe hacerse cargo de su hermano tras lo sucedido, y es que pese a lo extraordinario del acto la rutina vuelve a sus vidas rápidamente. El retrato de una juventud desengañada por su destino se nos muestra a través de escenas que nunca llegan a cristalizar en una trama argumental, detalles, pinceladas a través de las que el espectador debe formarse su propia idea, comienza a aparecer un humor surrealista, en el que los personajes reaccionan de manera absurda sin ser conscientes de su propia estupidez. Relaciones amorosas, mercado laboral, incapacidad de crear lazos emocionales, todo pasa ante nuestros ojos en un continuo baile de personalidades a cual más extraña, con un disparo que roza la cabeza pero no llega a acertar en su objetivo.
Tras el fallo inicial Rejtman afianza ahora bien la pistola contra el estómago con un salto generacional, el argumento no es lo importante, un mensaje que se difunde más allá de tus propios contactos, un viaje a la playa, y la constatación de que todos los miedos y traumas que empiezan a surgir en la adolescencia no hacen más que acrecentarse en el periodo adulto. La comedia absurda comienza a desatarse y empiezan a aparecer mis primeras sonrisas, los protagonistas (si es que los hay) son una evolución de lo visto en la historia anterior, más patéticos aún si cabe, porque tal vez comienzan a ser conscientes de su propia mediocridad, lo cual es algo que se agradece porque al fin el Deadpan empieza a funcionar y los personajes pese a seguir estando indefinidos comienzan a tener una función, el disparo acierta sobre el estómago, pero no produce daños.
Y es que al final nada cambia, la experiencia ha sido curiosa, interesante, pese al fallo inicial el viaje final ha dejado ideas sobre las que reflexionar pero es innegable que nunca se produce un impacto definitivo sobre el espectador. En los últimos instantes Susana cree volver a encontrar al can que desapareció para descubrir con tristeza finalmente que no es su mascota. Quizás fue el más listo al huir al principio, quizás era el que lo observaba todo desde el exterior, pero qué más da, a quién le importa el perro.
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