Regresa un año más el festival de cine más especial de nuestro país, no solo por su dedicación absoluta al género si no por haber formado un universo propio en el que sus integrantes se sienten reconocidos y los principiantes enseguida adoptan como suyas. Tradiciones y costumbres que convierten este pequeño pueblo catalán en una pequeña burbuja de los aficionados al fantástico, terror y ciencia ficción. Tras años de pandemia y la progresiva vuelta a la normalidad toca regresar a un festival extraño y es que la huelga de actores y guionistas de Hollywood se ha hecho notar en esta edición con poca presencia americana y un aumento de producciones europeas y el esperado regreso a la mayor relevancia del cine oriental, algo que fue seña de identidad del festival durante muchos años y que se había ido perdiendo en los últimos años.
Así que mi primer contacto con este Sitges 2023 como no tenía que ser un doblete de cine oriental, comenzando por quién ya se ha convertido en uno de los auténticos ídolos del festival, nuestro querido Ma Dong Seok, al que conocimos en 2016 con el auténtico pelotazo que fue Train to Busan pero que se ha ido ganando el cariño del personal con sus posteriores películas de acción en las que con diferentes variaciones básicamente el público disfruta de la brutalidad de sus golpes y su variedad para destrozar incontables enemigos. La trilogía de Roundup (anteriormente The Outlaws) además incorpora múltiples gags en los que Ma Dong se lo pasa en grande prácticamente parodiándose a sí mismo y disparando chistes malos a la misma velocidad que puñetazos. En esta tercera entrega (The Roundup: No way out) una vez más el argumento es un poco lo de menos, la disputa entre organizaciones criminales por el mercado de una nueva droga hará que nuestro policía gigantón y sus compañeros investiguen o más bien vayan destrozando un local tras otro hasta encontrar a los culpables. Probablemente se podría decir que es la más floja de la trilogía y aún así sigue siendo un divertimento de primera, donde a pesar de abandonar sus característicos tortazos que le dieron el sobrenombre del Bud Spencer coreano, Ma Dong destroza con espectacularidad a sus enemigos lanzándoles a dos metros con cada puñetazo y haciendo que el espectador sienta el dolor en su butaca, un nuevo espectáculo de acción que el público de Retiro recibió entre aplausos y jolgorio ante la mirada atónita del director que probablemente no se haya visto en una igual ante tan adoración de su actor fetiche fuera de su Corea natal.
Turno para la última obra del gran Hayao Miyazaki, que entre amenazas de retirada sigue ofreciendo sus obras a los fans del Studio Ghibli a la vista de la falta de sustitutos a su altura. Con El chico y la garza el director japonés vuelve a su mitología y temas habituales, con la familia siempre presente y su habitual mensaje ecologista. Evidentemente la belleza de sus imágenes es lo más destacada del film y es que Miyazaki vuelve a crear una obra maestra a nivel visual demostrando su desbordante imaginación para crear criaturas y universos. Su desarrollo narrativo quizás quede algo por detrás y es que en una suerte de reinterpretación a toda su carrera, proyectos fallidos incluidos y dando especial énfasis a sus dos grandes éxitos que fueron Totoro y Chihiro, parece que hubiera demasiado auto homenaje en el film y un exceso de metáfora y alegoría en una historia que puede pecar de inconsistente por momentos pero que siempre mantiene al espectador enamorado de la belleza de sus imágenes. Podría ser una gran despedida si así lo decidiera el director pero no es una de sus grandes obras.
Otro de los habituales del festival y que se siente como en casa es Juan Antonio Bayona, que pese a ser uno de los actores más reconocidos internacionalmente del momento nunca falta a su cita con Sitges y tampoco lo podía hacer este año con su nuevo film, ya seleccionado para representar a nuestro país en la próxima edición de los Oscar en la categoría de mejor película extranjera.
La sociedad de la nieve cuenta la famosa historia del accidente de avión del equipo de Rugby uruguayo que todos conocemos de memoria gracias a la famosísima Viven y quizás uno de los mayores retos y a la vez logros del film haya sido ese, ser capaz de despegarse de ese recuerdo y dotar de emoción e intensidad a un relato conocido por todos. Bayona además vuelve a demostrar que es un superdotado técnicamente y el director que hoy en día mejor rueda una catástrofe natural y nos deja con una secuencia del accidente de avión para estudiar en las escuelas de cine. La película es emocionante y mantiene la tensión durante su abultado metraje gracias al pulso del director, aunque es cierto que por momento se echa de menos que sus personajes sean más personas y no meros supervivientes, pero es un pequeño peaje ante la odisea vital de sus protagonistas. Su final algo alargado y excesivamente edulcorado puede ser su mayor defecto, pero por suerte apenas se prolonga durante diez minutos y no ensucia una nueva película notable del director catalán.
Otro gran nombre nacional este año es el de Pablo Berger, que tras triunfar en Cannes y Annecy con su película se ha mostrado emocionado por el hecho de que su Robot Dreams se proyectara en Sitges, afirmando que siempre había deseado ser "one of us".
La adaptación de la novela gráfica de Sara Varon ha cosechado alabanzas allá por donde ha pasado y hoy hemos podido comprobar el por qué y es por el tacto y la sensibilidad del film para interpretar sentimientos tan complejos pero a la vez universales como la soledad, las relaciones de pareja, las rupturas o la separación. Algo tan bizarro a priori como la relación de amor imposible entre un perro y un robot consigue que el espectador empatice y se sienta identificado con todo lo que ocurre en pantalla con un relato tan humano y lleno de verdad que es imposible no llevarlo a nuestra historia personal y emocionarse por momentos. Uno de los grandes trabajos no solo de animación, si no del cine de este año.
Y siendo el festival de Sitges por fin tocaba algo de género, con la francesa Acide de Just Phillippot y con Guillaume Canet como principal reclamo, además de contar una historia tan aterradora como actual y es que ante la imparable cambio climático que vivimos, no nos suena tan de ciencia ficción la posibilidad de los desastres ambientales, en este caso una lluvia ácida que provoca el caos y la destrucción en todo el país y la huida por su supervivencia de una joven junto a sus padres divorciados. Pese a lo interesante de la premisa el film cae en todos los clichés de las historias de desastres eco apocalípticos con drama familiar incluido, además de las referencias más evidentes a los movimientos migratorios y de refugiados. Todo esto que ya suena a demasiado visto se podría salvar si la película poseyera algo de nervio o espectacularidad, pero su acabado demasiado televisivo más cercano a un capítulo alargado (y malo) de El Colapso y el hecho de poseer a los dos protagonistas más odiosos e irritantes de los últimos tiempos, hacen que el espectador lejos de llevarse por la tensión y la emoción comience a plantearse el por qué de todas esas incoherencias científicas y si realmente estamos sufriendo por el destino de esos personajes. Sin ser un desastre mayúsculo si que es una película que se puede evitar con toda la tranquilidad.
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