Los festivales de cine y más los que poseen una programación tan amplia como es el de Sitges tienen mucho de apuesta y por qué no decirlo de suerte en la elección de sus películas y es que es imposible tener controlada tal cantidad de películas, tienes tus imprescindibles que tratas de colocar en tu calendario de cualquier manera y hay ocasiones en las que varias sesiones o incluso algún día te encuentras con la incertidumbre de que ver sin tener nada apuntado así que tratas de guiarte a través de directores, sinopsis, trailers o simplemente olfato a la hora de elegir, esto puede llevar a gratísimas sorpresas y a recuerdos imborrables del festival, probablemente los mejores y en otras ocasiones da lugar a desastres en la que tienes la impresión de que no has acertado con ninguna.
Así que en uno de estos días de ruleta rusa jugar la primera bala por un director como Takeshi Kitano parecía un riesgo asumible y es que aunque el japonés, otro asiduo de Sitges, lleve años sin estar en su mejor momento siempre suele ofrecer un mínimo de calidad en sus películas. Kubi es una historia clásica de rivalidad entre distintos clanes por hacerse con el poder de sus áreas pero siendo una de las obsesiones de Kitano está muy lejos de estar entre sus grandes obras y es que más allá de su espectacular comienzo donde una sangrienta batalla repleta de decapitaciones, desmembramientos y generosa en hemoglobina el film rápidamente nos introduce en las traiciones y complicadas relaciones de los clanes y una historia de amor entre samurais que ocupará gran parte de su metraje con personajes conspirando en una trama innecesariamente compleja que se sigue con dificultad y sin apenas interés hasta sus minutos finales en los que el director parece darse cuenta de que aquello no funciona y prácticamente se auto homenajea en una suerte de Takeshi's Castle (Humor amarillo) en la época feudal. Muchos bostezos y alguna que otra cabezada entre el personal para abrir la jornada y la sensación de que los mejores tiempos del japonés ya quedaron bastante lejos.
Y si se trata de apostar como no hacerlo por uno de los últimos éxitos de taquilla en Corea del Sur. Smugglers cuenta la historia de un grupo de buceadoras que tienen que dejar su trabajo como mariscadoras al contaminarse el agua en el que pescan y comienzan a dedicarse al contrabando. Ambientada en los años 70 el aspecto visual del film es sobresaliente y uno de sus principales puntos fuertes además de la buena labor de un casting cargado de carisma, en contra una historia que peca de previsible como historia de contrabando plagada de traiciones y giros supuestamente sorpresivos que resultan un tanto convencional y que realmente no ofrecen nada destacable para diferenciarlo de la decenas de productos de temática similar.
La última era sin duda un salto al vacío y es que una película hong konesa sobre un adivino al borde de la locura que decide intervenir en el destino de un futuro asesino a través de las supersticiones y el feng shui para cambiar su futuro y evitar sus asesinatos parecía algo tan extremo que era difícil no caer en la curiosidad y más si estaba tras las cámaras el director de la aclamada ya en el festival Limbo.
Y si bien el film da lo que promete en lo bizarro de su planteamiento tal vez el problema sea que nunca llega a definirse hacia la intriga de la resolución del asesino múltiple o la diversión de la mezcla de caracteres de su dúo de protagonistas, centrándose finalmente en un aspecto místico y filosófico que particularmente ha terminado por descolocarme, dejándome la sensación de que un posible divertimento se ha tomado demasiado en serio a sí mismo hasta convertirse en algo artificialmente pretencioso sin funcionar en ninguno de sus campos, un WTF en toda regla pero sin nada de lo positivo que suelen traer estas propuestas tan extremas.
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