Día de sensaciones encontradas, de pena por la sensación de que ésto se acaba, pero también de relax al pensar en poder descansar y dormir más de seis horas a partir de mañana. Día también de reflexión y conversación, de favoritas a premios, de rankings personales, etc ... Y día también de homenajes, el merecidísimo a Penelope Cruz, con presencia de Bono incluida, que ya pasa a formar historia del Festival.
Y aunque no vaya a hablar de la entrega del Premio Donostia, básicamente porque no he asistido, si de manera tangencial de Penelope Cruz y es que La Red Avispa era la primera película de la mañana y dado mi estado de cansancio he decidido saltármela. Los comentarios de los compañeros entre los que el mayor elogio era, pues sin ser buena no es tan mala como decían, creo que me ratifican en mi acierto.
Mi mañana ya si comenzaba con una nueva apuesta de riesgo, es cierto que la sección Perlas "suele" ser garantía de éxito, pero ponerte delante de un drama ruso de casi dos horas y medias requiere cierto valor. Y una vez más los festivales son para los valientes, y es que con Beanpole nos encontramos con una de las grandes películas del festival, una historia de personajes rotos y es que aunque la II Guerra Mundial acaba de terminar sus heridas aún son recientes. Así Iya y Masha son dos mujeres que luchan por reconstruir sus vidas y buscan el amor de manera tan torpe como desesperada. Existe en ellas una relación un tanto tóxica que por momentos recuerda a ese maravilloso retrato de la miseria que es El hilo invisible.
Beanpole y sus protagonistas son la metáfora perfecta de las dificultades de un país en los años de postguerra, como las heridas nunca parecen cicatrizar y la necesidad obsesiva de superar el dolor puede hacer que destrocemos todo lo que se ponga por delante en nuestro camino.
Con unas magníficas actuaciones y una dirección pausada, tensa, elegante y milimétrica, Beanpole se consolida como uno de los grandes dramas del festival y del año cinematográfico. Ojo también al juego cromático siempre buscado por Kantemir Balagov que es una auténtica joyita.
Momento para cumplir con una de las tradiciones del festival, y es ver al menos una película de Culinary Zinema, sección siempre a reivindicar. En éste caso la elegida ha sido The Wandering Chef, la historia de un cocinero que busca las hierbas y verduras más extrañas en los lugares más recónditos del planeta para incluirlos en sus platos. En una de estas excursiones el chef vuelve al lugar donde se crió con su madre adoptiva y conoce a una anciana a la que adopta como una nueva madre y para la que va a cocinar un año tras otro. Un buen film gastronómico para todos aquellos que disfrutamos de esas imágenes de chefs cocinando platos con maestría pero que además en ésta ocasión se mezcla con un drama inesperado que le da un toque más emocional si cabe al documental. Una muy grata sorpresa de la que no quiero desvelar mucho más, al margen de recomendaros su visionado si sois fans de éste tipo de documentales.
La sección oficial se clausuraba con The Song of Names, película fuera de concurso. Ya sabéis mi opinión sobre la maldición/tradición de que en los festivales Inauguración y Clausura suelen ser bastante decepcionantes y en ésta ocasión lamentablemente me tengo que reafirmar.
The Song of Names es la historia de dos chicos unidos desde pequeños después de que la familia de Martin adoptara a Dovidl, un refugiado polaco que es un prodigio del violín. Años después y antes de ofrecer su primer gran concierto Dovidl desaparece misteriosamente, 35 años después de éste momento Martin encuentra ciertas pistas que le inclinan a pensar que Dovidl sigue con vida.
El film juega a saltar en el tiempo para irnos desvelando poco a poco la infancia y juventud de Dovidl y Martin y el secreto de la desaparición del primero. Sin embargo The Song of Names nunca es capaz de explorar algún camino mínimamente novedoso y se queda en una historia digna de novela de librería de estación de autobuses, con un acabado técnico además más propio de telefilm de bajo coste que de una película de clausura de un festival como éste. Decepción enorme y película a olvidar.
Mi Zinemaldia terminaba con la clausura de la sección Perlas, The Climb, de Michael Angelo Covino, basado en el corto del mismo nombre. En el film Covino y Kyle Marvin interpretan a dos amigos con una relación un tanto tumultuosa. Así a través de una serie de episodios vamos viendo como su amistad consigue sobrevivir a lo largo de los años a las traiciones, trampas y decepciones. La película comienza con una graciosísimo plano secuencia (la del corto en el que está basada la película) en el que Mike le confiesa a Kyle como se ha acostado con su prometida mientras suben un puerto en bici. A partir de ahí los capítulos nos van mostrando escenas de la vida de los dos personajes en los que Mike pese a sus buenas intenciones siempre acaba boicoteando la vida de Kyle. Si bien la estructura del crápula que siempre mete la pata y el buenazo capaz de todo por perdonarle se hace un tanto repetitiva, las buenas interpretaciones de sus protagonistas, su ácido humor y unos diálogos y situaciones divertidas e ingeniosas hacen que el film logre lo que se propone que es sacar unas cuantas carcajadas y un buen rato a sus espectador, así que misión cumplida y un más que digno cierre de festival.
Con esto cierro una edición más y me confieso cada vez más enamorado de una ciudad que me acoge siempre con cariño y en la cada año puedes descubrir algo nuevo y de un festival que es capaz de hacerte sentir como en casa con sus dedicación, cariño y simpatía.
De nuevo, Eskarrik asko Zinemaldia, maite zaitut Donosti, nos vemos en 2020.
Y por supuesto, gracias a todos los que habéis estado leyendo, en unos días más cine en Sitges.
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