El tradicional karaoke del festival de Sitges suele marcar el paso del ecuador hacia la recta final del festival y este año tenía un ambiente especial ya que tras años pandémicos y de restricciones había muchas ganas de pasarlo bien, así que se cerró local, se gritó y cantó mucho y a partir de entonces a agotar los restos de batería que ya comienza a gritar auxilio. Los cafés se acumulan, la ingesta de bebida energética supera con mucho lo recomendado para un año completo, los días se mezclan, las películas cuestan y se escucha algún ronquido que otro y las escapadas comienzan a ser más habituales. Pero aquí seguimos aguantando, incluso al buffet del Melia (entrada aparte merecería esto).
Y esta entrada doble comienza con la primera película del Jueves, la británica Lola del debutante y nerviosísimo en su presentación Andrew Legge nos ofrece una distopia a priori bastante común con artefacto que puede captar mensajes del futuro y cuyo conocimiento pueden cambiar nuestro presente pero lo aborda a golpe de ritmazo musical, con protagonistas molonas y una fotografía y textura de imagen absolutamente preciosa que hace imposible que no remes a favor de una pequeña joyita de apenas 80 minutos que te saca de la sala con una sonrisa en la cara y los pies bailones.
Uno de los títulos españoles más esperados de ésta edición era el nuevo trabajo de Raúl Cerezo y Fernando González que tan buen sabor de boca dejaron con la disfrutona La pasajera el año anterior. Para aumentar el hype la película contaba como protagonista con uno de los actores fetiche del festival de los últimos años, obvio, hablamos de Zorion Eguileor. La película comienza con la muerte de una anciana tras saltar desde un balcón o tal vez ser empujada por su marido que tendrá que ir a vivir con su hijo, nieta y nueva nuera y que comenzará a actuar de una forma extraña. La película parece que nunca avanza desde su premisa inicial de ancianos malrrolleros, sus personajes son planos, los diálogos impostados y nada parece natural, la suspensión de incredulidad brilla por su ausencia más que la nueva dentadura de Zorion y los jump scares a base de otorragias comienzan a hacerse molestos mientras la película avanza hacia un sorprendente y algo vergonzante giro final que ha dejado al respetable a cuadros, aunque realmente ese no es el gran problema de la película ni mucho menos. Una verdadera lástima.
Turno para un maratón que prometía sorpresas y buenos momentos y es que por una parte What to do with the Dead Kaiju? nos ha dado lo que prometía, una parodia de las películas de Kaijus en la que el gobierno japonés se plantea que hacer con uno de estos monstruos gigantes una vez muerto y descubrimos los problemas tras la batalla. Con un guion cargado de gags, situaciones surrealistas y personajes absurdos y pasados de vueltas la película consigue mantener un buen ritmo y sin ser un festival de carcajadas si que consigue mantener el interés en descubrir la nueva locura de sus protagonistas, una opción perfecta para este tipo de maratones. Todo lo contrario podríamos decir que la película que se ofrecía a continuación, The Lake, una suerte de explotaition budista de Jurassic Park en el que literalmente se calcan planos y con unos animales mitológicos salidos del agua que se dedican a perseguir a algunos humanos y cuyos destrozos el gobierno quiere ocultar. El dinero claramente se gastó en dos escenas de CGI y el resto son con personas con disfraces de saldo, algo que no tendría que ser malo si no fuera porque la película es tan solemne como aburrida y con un místico epílogo final que acaba por hundir la función. Una buena y una mala, la prueba de que a veces una retirada a tiempo es una victoria.
El Viernes, pocas horas de sueño mediante, comenzaba con The Origin de nuevo película de un debutante británico, Andrew Cumming que con muy poco dinero pero cargado de talento cuenta el viaje a un nuevo hogar de una tribu errante en la edad de piedra. Al llegar a su nuevo hogar los integrantes del clan descubrirán que esta nueva vida está plagada de peligros. La película es consciente de sus limitaciones y se centra en potenciar sus puntos fuertes, una sobresaliente fotografía, una música increíblemente absorbente y la creación de un ambiente insano que poco a poco va explotando. Su falta de pretensiones en su eficaz y potente resolución hace que el film deje un muy buen sabor de boca final demostrando que el talento siempre está por encima de los medios. Todo un descubrimiento.
En un festival de cine de terror con cada vez menos terror, se agradece siempre opciones como La exorcista, película mexicana de posesiones demoniacas con momentos un tanto culebronescos, que si bien adolece de un comienzo un tanto atascado y que hay que tomarse con algo de paciencia, va adquiriendo ritmo según va dejando atrás las vergüenzas hasta convertirse en un divertido tren de la bruja de Serie B donde todo se abandona en la búsqueda de la diversión, es cierto que abusa de trucos y situaciones ya conocidas, pero también que si remas a favor de la película te ofrece una recta final de pura diversión. Con sus errores yo la apruebo.
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