Hoy tocaba día grande en el Zinemaldia y es que si Rodrigo Sorogoyen parece que se ha convertido en uno de los favoritos del festival con sus dos últimas películas, a Hirokazu Koreeda por no nombrarle hijo predilecto de la ciudad le han tenido que acabar dando el premio Donostia tal es el amor mutuo de director y festival. Además también era turno de dos reconocidos directores como Brillante Mendoza y Mamoru Hosoda.
Dos años después de maravillar con Que Dios nos perdone, Sorogoyen regresaba a San Sebastián con las expectativas muy altas, tanto que si en la primera sesión el Reina Victoria se llenaba hasta los topes, en Kursaal la cola era ya kilométrica 45 minutos antes del comienzo.
El Reino es una película tan apegada a nuestra realidad que no es necesario apenas contexto para entenderla, una radiografía de la sociedad y la clase política española, en la que la huida hacia delante de un político corrupto que se niega a asumir la culpabilidad de todos los trapos sucios de su partido.
La cámara de Sorogoyen se cuelga del hombro de un personaje tan despreciable en un principio como humano gracias a la labor de un inmenso Antonio de la Torre. El film no tiene miedo en bajar al barro y mostrarnos la podredumbre de la sociedad española en un viaje tan agobiante como espeluznante por toda la verdad que contiene.
Si el resto del reparto brilla a un nivel estratosférico (mi favorito el tremendo Luis Zahera), el guión de Sorogoyen y Peña se mueve con habilidad quirurgica para conseguir mantener la tensión durante dos horas y la opresiva banda sonora de Olivier Arson hace el resto para que nos encontremos ante una de las mejores películas del año. Las prolongadísimas ovaciones que se ha llevado en ambos pases matutinos dan fé de ello.
En la Rueda de Prensa posterior tanto director como protagonistas han querido dejar claro que El Reino no quería ser una película sobre un partido, aunque todos pensemos en el mismo, ni siquiera sobre la clase política, si no sobre los problemas de la sociedad española en su conjunto. Especialmente revelador ha sido el discurso de Josep María Pou al respecto que ha acabado arrancando los aplausos de la prensa por su claridad y lucidez al hablar del tema.
La tarde comenzaba con el nuevo film del maestro Mamoru Hosoda, creador de joyas como La chica que saltaba a través del tiempo, Wolf Children, El niño y la bestia o Summer Wars.
Con semejante curriculum era fácil adivinar que Mirai continúa siendo una delicia a nivel visual, sin embargo esta historia familiar y fantástica del proceso de maduración de un niño cuando su hermana pequeña llega a casa acaba pecando por reiterativa en su mensaje y carece de esa magia de los trabajos anteriores de su creador, convirtiéndola en una obra que aunque apreciable es bastante menor dentro de su filmografía.
A Brillante Mendoza el estilo ya es algo que se le presupone, así que el hecho de que Alpha, the right to Kill esté rodado con brillante sencillez no es algo que pueda sorprender a nadie a estas alturas, tal vez si lo sea el hecho de que a la sobresaliente labor de su director se opone un guión que no aporta nada nuevo más allá de la historia mil veces contadas de la corrupción policial dentro del mundo del narcotráfico y unos personajes completamente unidimensionales y sin ningún trasfondo que hacen que el film pase sin pena ni gloria y sus 96 minutos se acaben haciendo largos por su intrascendencia.
Otro de los grandes momentos de esta 66 edición del festival de San Sebastián llegaba con la proyección de Un Asunto de Familia, último trabajo del japonés Hirokazu Koreeda que además de recibir el premio Donostia este año, llegaba con la Palma de Oro de Cannes por la película bajo el brazo.
El director japonés vuelve a explorar su tema fetiche por excelencia, el de la familia, con un grupo de aparentes inadaptados que forman una familia que por improbable acaba siendo maravillosa. Las situaciones más cotidianas, la mayoría de ellas alrededor de una mesa con comida por supuesto, van dando forma y personalidad a esta familia que acabas adorando. Koreeda una vez más te roba el corazón y cuando ya lo tiene en sus manos lo retuerce cómo y cuando quiere, la mezcla final de sensaciones es tan brutal que cuesta recuperarse de semejante viaje.
Que maravilla de director, que no nos falte nunca su mirada.
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