A los festivales se va a ver películas evidentemente, muchas en la mayoría de los casos, tantas que a veces pierdes la cuenta, mezclas y no eres capaz de juzgar de la mejor manera posible, el ya habitual "Efecto festival", pero hay ocasiones en las que tienes día y hora apuntada, si tienes más suerte aún puede coincidir con que sea de tus objetivos principales del año, y es que no hay mejor ambiente que el festival de San Sebastián para ver una película esperada. En mi caso no era solo una, si no dos de mis títulos más esperados de 2021 los que coincidían en un mismo día y lugar.
Antes, la mañana comenzaba con La hija, la nueva película de Manuel Martín Cuenca, cuyas anteriores películas Canibal y El autor ya habían gustado mucho en anteriores ediciones del Zinemaldia. Confieso no conectar demasiado con el cine del director andaluz y lamentablemente con su última película esto no ha cambiado.
En La hija encuentro todas las características que me alejan del cine de su director, personajes fríos y excesivamente herméticos, acción previsible y carente de garra, protagonistas impostados y sobre todo una sensación general de impostura en lo estético y con cierta falta de lógica en lo argumental. La historia de un matrimonio que decide acoger a una adolescente embarazada en una casa nunca me atrapa en su intento de atmósfera asfixiante, quizás por unos personajes a los que nunca acabo de entender y con los que no consigo empatizar, quizás por ese escenario que continuamente me parece sacado de catálogo fotográfico, ni siquiera su intento de explosión Peckinpiana final consigue salvar la desidia que me producen sus excesivas dos horas.
Dentro de sección oficial se presentaba la película francesa Enquete sur un Scandale d'etat (Undercover) que sin referirse a ninguna persona ni hecho real concreto habla sobre la problemática de utilizar métodos ilegales en la lucha anti droga. Siguiendo alguna de las corrientes habituales de las películas de investigación periodística el film se centra en la relación entre un periodista encargado de revelar el caso a la opinión pública y el agente infiltrado que decide sacar el caso a la luz.
A pesar de lo interesante de su propuesta, el film peca de ser excesivamente expositivo, con largas secuencias dialogadas de personajes sin una historia personal que nos interese y sobre todo sin un rumbo claro, ni conocemos el objetivo de nuestros protagonistas, que únicamente se dedican a exponer datos y datos sobre corrupción ante la cámara ni llegamos a adivinar la dirección de un film que se acaba deshinchando por momentos sin saber si centrar la atención en sus protagonistas, el thriller de investigación o el proceso judicial.
Después del pinchazo que sufrí con
The Florida Project también en San Sebastián en 2017 reconozco que
Red Rocket me reconcilia con el cine de Sean Baker. No puedo negar que me ha caído simpático su nuevo retrato sobre la américa más profunda repleto de personajes despreciables, empezando por un protagonista que se creyéndose un truhan conquistador no deja de ser un ex actor porno machista y pedófilo y continuando con todo el grupo de fracasados que les rodea. Que la acción se sitúe en plena campaña electoral entre Trump y Hillary y oigamos sus promesas de fondo ahora que sabemos lo que ocurrió no deja de sumar puntos a la comedia. Es cierto que el film no sabe muy bien hacia dónde va pero eso no quita su valor como retrato social.
Y llegaba mi momento más esperado del festival, un proyecto dirigido por Paco Plaza y escrito por Carlos Vermut, dos de mis cineastas predilectos, evidentemente no podía hacer otra cosa que levantar una hype exagerado en mi.
El propio Paco Plaza ha reconocido que se le ocurrió la idea inicial de la película al ver a su propia abuela enferma de Alzheimer y el film no oculta su intención de reflexionar sobre la vejez, la obsesión por la belleza y la juventud y nuestro modo de arrinconar a los ancianos. "Quería hacer una película sobre posesiones en la que el demonio fuera la vejez" ha llegado a decir el director valenciano en la Rueda de Prensa de presentación de la película.
La abuela tiene una historia simple, la de una nieta que debe volver a España a cuidar de su familiar cuando ésta cae enferma. El guion de Vermut no busca vías secundarias ni se complica y se centra más en contar la historia de la pareja protagonista y el misterio que les rodea. El film tiene dos partes muy diferenciadas, una expositiva y de ambientación, que logra meternos en situación y empatizar con los personajes, hasta que se llega a un punto sin retorno, es ahí donde el imaginario visual de Paco Plaza se dispara hasta el infinito, logrando algunas de las escenas más potentes de toda su filmografía y que nos recuerda a los mejores tiempos de REC o
Verónica (ojo, palabras mayores). Con claras influencias de Bava y el terror italiano, el film puede adolecer de cierta previsibilidad respecto a su revelación final, pero creo que no le quita ni un ápice de valor a una película que solo por su terrorífico y espectacular tramo final ya se cuela entre las grandes de nuestro terror.
La crónica francesa es la nueva película de Wes Anderson, donde el peculiar director estadounidense realiza un homenaje al periodismo. Con su habitual estilo estético y su particular sentido del humor el film se divide en varios segmentos que como suele ser habitual en estos casos proporciona cierta irregularidad al film, aunque quizás lo más problemático en esta ocasión es la clarísima sensación de que la película va de más a menos, desde la acertada y divertidísima historia protagonizada por Benicio del Toro pasando por el simpático pero intrascendente segmento de Timothée Chalamet para acaba con el peor de los capítulos protagonizado por Jeffrey Wright y que dejan un mal sabor de boca final.
Con todo no creo que decepcione a los fans de Wes Anderson, al igual que dudo que nadie incluya este título en un lugar destacado dentro de su filmografía.
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