Últimos días del festival y toca empezar a hacer resumen y valoración, e indudablemente en un año como éste es imposible obviar el tema principal, las medidas de higiene y seguridad, donde personalmente doy un diez a la organización. Todos veníamos con cierto temor y angustia, eso no se puede negar, pero desde el primer momento ver tal nivel de control y planificación ha hecho que todos respiráramos tranquilos. Desde el funcionamiento de la plataforma de entradas, pasando por el respeto absoluto a la separación entre taquillas o el control de entradas y salidas para evitar aglomeraciones todo ha funcionado a la perfección, la polémica del día con Eugene Green y su posterior expulsión es otro ejemplo más de la seriedad de la organización respecto a la situación en la que nos encontramos, repito, un diez absoluto y un ejemplo a seguir por el resto de festivales y eventos culturales que vengan detrás.
Ciñéndonos al cine que es lo que aquí interesa, la mañana comenzaba con la proyección de Falling primera película como director del flamante premio Donostia Viggo Mortensen (incontestable galardón por cierto). Para comprobar la implicación de Mortensen en el proyecto no hay más que ver que también es protagonista, guionista, productor e incluso compositor de su banda sonora. Sin embargo más allá de los claros tintes autobiográficos que el propio actor ha confesado, la película consigue realizar un retrato más universal sobre las conflictivas relaciones paterno filiales en un hogar desestructurado y con brotes violentos. En el lado positivo de la balanza se sitúa la constante huida del director de la pornografía sentimental, también las grandes actuaciones del propio Mortensen y de un Lance Henriksen terriblemente arrebatador en su papel de anciano al borde de la demencia (como no en éste festival) con pasado violento. En el debe sin embargo una puesta en escena tan clásica y formulaica que resulta algo descafeinada y cierta tendencia al subrayado en su mensaje. Ni molesta ni se recordará demasiado.
Turno esta vez en Sección Oficial para Naomi Kawase una directora que parece que comienza a hacerse habitual en San Sebastián tras competir en 2010 con su documental Genpin ganador además del premio FIPRESCI y en 2018 con Visión.
En True Mothers se aborda la adopción desde el punto de vista de la maternidad en las dos mujeres, la madre biológica y la adoptiva, para ello el film aborda dos tramas paralelas que acabarán confluyendo en una tercera jugando con flashbacks y saltos temporales. Kawase vuelve a demostrar su capacidad para componer imágenes bellísimas acentuadas en esta ocasión con ocasionales y originales cambios de formato según la narración lo requiere. Destaca sobremanera la actuación de sus dos protagonistas femeninas y es de agradecer (aunque por fin comienza a ser tendencia) que el film no quiera tomar partido ni juzgar. En su contra cierta tendencia contemplativa que por momentos se hace irritante y algunos aspectos del guion poco trabados que dejan la sensación que es una película algo tramposa para conseguir avanzar en su historia.
Tras la historia del padre y las madres la mañana familiar continuaba con una historia con un abuelo entre sus protagonistas (enfermo por supuesto, en ésta edición del festival no podría ser de otra manera). Si este año faltaba algo en San Sebastián era un film de Koreeda y es que el director japonés se ha convertido ya en prácticamente hijo predilecto del festival. Sin embargo es llamativo (o tal vez intencionado) encontrarnos en Perlas con una película que podría encuadrarse perfectamente en el estilo e imaginario de nuestro querido Hirokazu.
Nam Mae Wui Yeo Reum Bam (Hermanos en una noche de verano) de Yoon Dan Bi y ganadora de cuatro premios en el festival de Busan y el premio Bright Futuro en el Festival de Rotterdam abraza todos los tics del cine costumbrista oriental reciente y de nuestro ya nombrado Koreeda en particular. La reivindicación de la vuelta a los orígenes, la confrontación entre modernidad y tradición o ciudad y pueblo y la exploración de los lazos familiares. No pueden faltar tampoco por supuesto las largas escenas de la familia comiendo juntos en una mesa.
Y es increíble como una historia que supuestamente ya nos han contado decenas de veces sigue funcionando a la perfección, la sensibilidad a la hora de reflejar como esa familia acaba uniéndose ante la vuelta a los valores más sencillos y fundamentales hacen que de nuevo caigamos rendidos ante un cine que consigue conquistarnos una vez tras otra a pesar de cierta reiteración temática.
Con el festival en sus últimos días había que empezar a cumplir ciertas tradiciones que repito todos los años, una de ellas es visionar al menos una película de la sección de Culinary Zinema.
Éste año la elegida ha sido The Truffle Hunters que nos habla de los buscadores de la preciada trufa blanca en los bosques del norte de Italia. El documental nos habla de la confrontación entre la tradición, en éste caso los viejos buscadores que han hecho de la caza de la trufa un modo de vida, cargado de simbolismo, comunión con la naturaleza y también humor, y las nuevas generaciones, más preocupados de especular con los precios y ganar hasta el último euro que está acabando con la búsqueda más artesana y tradicional. El documental crece cuando se fija en la historia personal de esos ancianos, algunos de ellos personajes absolutamente cómicos y entrañables y sin embargo pierde interés cuando se lanza a la denuncia (totalmente legítima y necesaria pero poco cinematográfica) de los especuladores.
Otra tradición es visitar Tabakalera para visitar una de las sedes y secciones más desconocidas y a la vez recomendables del festival. El diluvio que ha caído hoy invitaba a cancelar la visita pero las tradiciones están para cumplirse.
Y afortunadamente también el cine premia a los valientes y es que junto a la película que iba a ver he podido disfrutar del último cortometraje de uno de esos directores que me vuelan la cabeza, Peter Strickland. Cold Meridian en la línea de anteriores trabajos de su director es un corto absolutamente perturbador y rompe cerebros, con una estética marca de la casa Strickland, poco más os puedo decir de una obra tan breve, solo recomendaros efusivamente que no os lo perdáis.
Hace tiempo que aprendí a sacar lo positivo incluso de películas que no me gustan, así pese a mi falta de entusiasmo el año pasado con A dark dark man de Adilkhan Yerzhanov, había algo en su estilo que me hacía querer ver más de su cine.
Y sin duda sorprendente ha sido su evolución y es que Yellow Cat es un giro de 180 grados respecto a su anterior film, una comedia absurda y loquísima en la que un ex convicto atraviesa las estepas de Kazajistán huyendo de unos matones que le persiguen, conquistando a su amada y persiguiendo su sueño de construir un cine en las montañas, todo ello además mientras va rindiendo homenajes a los grandes clásicos del cine que admira. Con un sentido del humor absolutamente marciano entre Takeshi's Castle y un primario Jim Hosking, reconozco que el film me ha ganado por su radical apuesta por una comedia romántica tan absurda como encantadora a pesar de sus claras limitaciones. Una vez más, gustando más o menos Yerzhanov sigue apuntado en mi libreta de nombres a seguir.
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