La mañana comenzaba con The Oath, vuelta de Baltasar Kormakur a su país tras su periplo en Hollywood con 2 Guns y Everest, en ésta ocasión el director islandés además de dirigir protagoniza la historia de un padre dispuesto a hacer cualquier cosa cuando su hija establece una relación con un traficante de drogas. Si el argumento suena a manido es por que lo es, y el modo de llevarlo a la gran pantalla tampoco ayuda, todo es tan frío como el clima islandés y tan plano como la "actuación" de Kormakur, tampoco se puede decir que la película sea una ofensa al cine pero si nos la encontráramos en cualquier sesión de sobremesa de televisión tampoco nos extrañaría demasiado.
Seguíamos en Kursaal con la polémica Nocturama que finalmente no compitió en Cannes tras los últimos atentados terroristas en Francia. Una vez más nos encontramos más con una polémica mediática que real porque quién quiera ver en el film de Bertrand Bonello una apología del terrorismo es que realmente no la ha entendido, si bien es cierto que el director francés busca provocar y la controversia con la historia de la preparación de cuatro atentados en París y la ocultación de los jóvenes terroristas en unos grandes almacenes. El film posee secuencias potentes y alguna idea llamativa, la propia premisa de los terroristas antisistema escondidos en el símbolo del capitalismo subrayada más aún si cabe con la escena de uno de estos terroristas vestido exactamente igual que un maniquí de una conocidísima marca colectiva es ingeniosa, el problema es que estas ideas, esta denuncia de que algo así se veía pasar como dice un personaje acaba siendo una trivialización e idiotización del terrorismo y un intento de mezclar el cine social y de auteur sin mensaje ni estilo. Una absoluta pérdida de tiempo y candidata clara a peor película del festival hasta el momento.
El primer pase de La fiesta de las salchichas dejaba enormes colas en los cines Príncipe y muchas ganas de diversión en la primera película de animación por ordenador para adultos. La historia del film, perpetrada por Seth Roggen, Jonah Hill y Evan Goldberg sigue a un grupo de salchichas de supermercado que esperan ansiosos el momento de ser elegidos por alguien para llevarselos a casa, lo que ellos consideran su cielo particular. A partir de ahí muchas sorpresas que es mejor no desvelar porque hay que decir que aunque el trailer lo venda como una versión alimenticia de Toy Story, la película es muchísimo más que eso, se ríe de todo y de todos con muy mala leche y se salta cualquier límite que pudieras imaginar, especial atención a la escena a cinco - diez minutos del final en la que se han mezclado los aplausos con las lágrimas de espectadores que no podían parar de reír. Eso si, ni se os ocurra llevar a un niño a ver esta película.
Y a las 19:30 en el Teatro Principal llegaba otro de mis momentos más esperados en este Zinemaldia, y es que había muchas ganas de Que dios nos perdone, la segunda obra de Rodrigo Sorogoyen, precedida de grandes críticas entre los que ya la habían podido catar.
Y por suerte en ésta ocasión la realidad ha superado a las expectativas, Que Dios nos perdone es un policíaco muy cañi, muy nuestro, pero a la vez lleno de referencias, desde la novela negra nórdica hasta los detectives americanos del noir pasando por las historias de venganza coreanas más actuales, con unos actores en estado de gracia (especial atención a Roberto Alamo, en mi opinión clarísimo candidato a Concha de Plata como mejor actor), una historia redonda y un Sorogoyen que parece que se ha pasado la vida haciendo thrillers cuando estamos solo ante su segunda película, ojito. La investigación criminal se sigue con interés y nunca deja de sorprender, los personajes son tan carismáticos como bien definidos están, podría buscarle alguna pega a la película, que seguro que la tiene, pero sinceramente yo no se la he encontrado o la he obviado ante lo maravillado que estaba por el resto. No solo la película que más me ha gustado del festival, si no directamente una de mis películas de éste 2016. Imprescindible.
Aún saboreando y comentando la película de Sorogoyen tocaba volver a reencontrarse con Paul Verhoeven con Elle, un film absolutamente inclasificable y del que ya no solo no se debería contar demasiado, si no que es que es dificil contar algo, tal es el grado de locura del guión de David Bike basado en la novela Philippe Djian que particularmente quiero leer ya mismo. La película cuenta la historia de una ejecutiva de éxito con un oscuro pasado y una familia y grupo de amigos totalmente disfuncionales que es violada en su casa. A partir de aquí todo puede pasar, desde la comedia más desternillante en momentos que deberían ser absolutamente dramáticos hasta el puro thriller, todo ella con un Verhoeven en su salsa que tan pronto se pone la cámara al hombro como planta el tripode, encuadra y deja que la acción fluya, el holandés da una clase de recursos narrativos, aprovechándose especialmente del papelón que se marca Isabelle Huppert, la actriz francesa aparece en prácticamente todos los planos del film y no solo lo aguanta perfectamente sobre sus hombros si no que en cada uno de ellos nos deja algún regalo, ya sea en forma de mirada, sonrisa, gesto o auténticos one liners, no creo exagerar cuando digo que es uno de los mejores papeles de su carrera y eso teniendo en cuenta de quién estamos hablando es mucho decir. Larga vida al maestro Verhoeven.
Y por suerte en ésta ocasión la realidad ha superado a las expectativas, Que Dios nos perdone es un policíaco muy cañi, muy nuestro, pero a la vez lleno de referencias, desde la novela negra nórdica hasta los detectives americanos del noir pasando por las historias de venganza coreanas más actuales, con unos actores en estado de gracia (especial atención a Roberto Alamo, en mi opinión clarísimo candidato a Concha de Plata como mejor actor), una historia redonda y un Sorogoyen que parece que se ha pasado la vida haciendo thrillers cuando estamos solo ante su segunda película, ojito. La investigación criminal se sigue con interés y nunca deja de sorprender, los personajes son tan carismáticos como bien definidos están, podría buscarle alguna pega a la película, que seguro que la tiene, pero sinceramente yo no se la he encontrado o la he obviado ante lo maravillado que estaba por el resto. No solo la película que más me ha gustado del festival, si no directamente una de mis películas de éste 2016. Imprescindible.
Aún saboreando y comentando la película de Sorogoyen tocaba volver a reencontrarse con Paul Verhoeven con Elle, un film absolutamente inclasificable y del que ya no solo no se debería contar demasiado, si no que es que es dificil contar algo, tal es el grado de locura del guión de David Bike basado en la novela Philippe Djian que particularmente quiero leer ya mismo. La película cuenta la historia de una ejecutiva de éxito con un oscuro pasado y una familia y grupo de amigos totalmente disfuncionales que es violada en su casa. A partir de aquí todo puede pasar, desde la comedia más desternillante en momentos que deberían ser absolutamente dramáticos hasta el puro thriller, todo ella con un Verhoeven en su salsa que tan pronto se pone la cámara al hombro como planta el tripode, encuadra y deja que la acción fluya, el holandés da una clase de recursos narrativos, aprovechándose especialmente del papelón que se marca Isabelle Huppert, la actriz francesa aparece en prácticamente todos los planos del film y no solo lo aguanta perfectamente sobre sus hombros si no que en cada uno de ellos nos deja algún regalo, ya sea en forma de mirada, sonrisa, gesto o auténticos one liners, no creo exagerar cuando digo que es uno de los mejores papeles de su carrera y eso teniendo en cuenta de quién estamos hablando es mucho decir. Larga vida al maestro Verhoeven.
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