Toro
Director: Kike Maillo
Actores: Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán, Claudia Canal, José Manuel Poga, Ingrid García Jonsson, Hovik Keuchkerian, Luichi Macías
Guión: Rafael Cobos, Fernando Navarro
Productores: Belén Atienza, Enrique López Lavigne, Mikel Lejarza, Sergi Casamitjana
Montaje: Elena Ruiz
Fotografía: Arnau Valls Colomer
Música: Joe Crepúsculo
Producción: Apaches Entertainment, Atresmedia Cine, Escándalo Films, Maestranza Films, ZircoZine
Tras ver Toro hay dos reflexiones que me vienen a la cabeza, en primer lugar la constatación de la creación de una "industria" dentro del cine español, que por fin realiza films pensando en el espectador, algo que quizás parezca una perogrullada pero hasta hace relativamente poco tiempo no sucedía así, dentro de ésto, como ya comentaba en la crítica de Cien años de perdón, parece que el thriller es el género preferido en ésta búsqueda de la comunión con los gustos del público, aunque si hemos de ser estrictos, Toro no se ajusta del todo o por lo menos no se circunscribe única y exclusivamente a éste género.
La segunda reflexión es sobre la figura de Kike Maíllo, un director que ya me pareció tremendamente interesante con su ópera prima "Eva" donde se le apreciaba un enorme gusto en lo estético y un manejo del lenguaje visual brillantísimo, además de una gran personalidad por querer arriesgar en un género con tan poca tradición en España como es la ciencia ficción, sin embargo y pese a todas esas alabanzas su anterior trabajo dejaba cierta insatisfacción y sensación de que todo lo bueno que apuntaba nunca se llegaba a cristalizar por los altibajos del propio film y un guión que no estaba a la altura de la propuesta inicial y de su potente dirección.
El prólogo de Toro es un excelente reflejo a pequeña escala de lo que nos vamos a encontrar en el resto del film aumentado exponencialmente, con una magnífica presentación de la trama y los personajes, introduciendo a éstos de manera simple pero efectiva a través de dos escenas en un coche en las que de manera escueta y concisa se nos presentan sus personalidades, y con una escena de acción bien construida y presuntamente atractiva pero a la que le falta tanta emoción como coherencia en las acciones de sus personajes.
Y ésta última parte va a ser lo que predomine durante todo su metraje, fruto de un guión con más agujeros que un queso gruyer y que lastra la película de principio a fin, porque pese a la interesante mezcla de géneros que propone Toro, donde el thriller se mezcla con el western o el cine negro con el folclore más cañi y la españa más social, hay algo que nos impide implicarnos y sumergirnos en la propuesta. Toro crea un mundo en el que todo parece artificial, nunca hay una sensación de credibilidad, ni en esas localizaciones que buscan el atractivo visual por encima de la verosimilitud, ni en la sociedad mafiosa en la que nos intenta introducir, ni en las motivaciones de los personajes, teledirigidos por el guión para que tomen las decisiones que le conviene a la trama para avanzar, pudiendo un mismo personaje ser increíblemente hábil e inteligente en una escena para tomar una decisión absolutamente estúpida e innecesaria segundos después solo para conseguir que la historia siga por su camino.
Y aunque no lo parezca, a pesar de lo dicho, Toro tiene más de un aspecto a reivindicar, aunque siempre con bastantes peros, la dirección de Kike Maíllo tiene grandes momentos especialmente a nivel visual y es evidente su inspiración en el cine asiático a la hora de plantear las escenas de acción, sin embargo se echa en falta un mayor grado de emoción y espectacularidad en éstas, quedándose en propuestas interesantes con una ejecución bastante frías.
A pesar del más que discutible guión de Rafael Cobos y Fernando Navarro que comentábamos, el gran plantel de interpretes logra llevar adelante a sus personajes con bastante dignidad, comenzando por dos secundarios que para mi gusto roban cada plano en el que aparecen, la pequeña Claudia Canal con su magnética e intensa mirada y José Manuel Poga que logra hacer crecer a su personaje por encima de las imposiciones del libreto gracias a su amenazadora y contundente presencia. Junto a ellos José Sacristán construye un villano lleno de claroscuros que interesa más por su pasado que por su presente, por lo que deja intuir que por lo que muestra. Luichi Macías y Hovik Keuchkerian también destacan en los pocos minutos que disponen en pantalla, es curioso como en ésta película lucen más los secundarios que los protagonistas.
Mario Casas cumple con un papel más físico que emocional, que muestra más a través de sus actos que de sus palabras, sin ser un fan de éste chico, nunca he comprendido los ataques hacia él cuando con mayor o menor acierto ha demostrado en más de una ocasión que intenta explorar nuevas vías en su carrera para no encasillarse en el papel de galán juvenil, no se puede decir que borde el papel pero es que el personaje tampoco daba para ello, algo parecido le sucede a Luis Tosar que sin hacerlo mal tampoco consigue sobresalir con una personaje que vive en la constante indefinición del granuja con buen corazón o el hijo puta (bajo mi punto de vista hubiera sido mucho más interesante explotar ésta segunda vía, tanto para él como para la relación con Toro).
En definitiva Toro es una película que no aburre, pero que deja con tal sentimiento de insatisfacción que llega incluso a enfadar por ver como tantas buenas ideas se quedan solamente en el punto de partida y son tan mal ejecutadas, mezclando momentos de bochorno con otros a los que solo le faltaría un puntito más de emoción o interés para llegar a ser auténticamente grandes, y aunque por desgracia ese empujón final nunca llega, cuando lo observo en frío sigo pensando en que Kike Maíllo hará algo grande cuando encuentre un guión redondo, que Mario Casas se sigue mereciendo más oportunidades por el trabajo y el esfuerzo que le pone, que es un placer seguir viendo a José Sacristán en pantalla en ésta segunda juventud que está viviendo, y que aunque sea fallida e insatisfactoria, películas como Toro son necesarias para nuestro cine, porque aunque no se acierte, siempre hay que seguir intentándolo.
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