Director: Edward Zwick
Actores: Tobey Maguire, Liev Schreiber, Michael Stuhlbarg, Peter Sarsgaard
Guión: Steven Knight, Stephen J Rivele y Christopher Wilkinson
Productores: Gail Katz, Tobey Maguire, Edward Zwick
Montaje: Steven Rosenblum
Fotografía: Bradford Young
Música: James Newton Howard
Producción: PalmStar Media, Material Pictures, Mica Entertainment, Gail Katz Productions
Dentro del ya de por sí complicado género deportivo, probablemente la disciplina que más dificultad tiene para ser trasladada a la gran pantalla es el ajedrez, un deporte puramente estratégico e intelectual al que es complicado dotar de emoción y epicidad.
Por otra parte está la figura de Bobby Fischer, probablemente el ajedrecista más carismático de la historia junto a Kasparov, con una vida tan llena de claroscuros que es difícil separar el mito y la leyenda de la realidad.
Hay que reconocer la valentía de Edward Zwick, reconocido director con apreciables títulos como El último samurai o Diamante de Sangre a sus espaldas, de enfrentarse a un terreno tan árido. Zwick decide esquivar la bala de la dificultad de hacer que el espectador se apasione con un mundo como el ajedrez centrándose en un momento mundialmente reconocido dentro del mundo del deporte, la mítica partida que enfrentó a Fischer y Spassky.
A la vez, decide que todo el camino previo a ésta partida sirva como un pequeño biopic sobre Fischer, mostrando como su infancia y juventud estuvo tan llena de genialidad como de locura y soledad.
A nivel técnico y artístico poco se puede reprochar a El Caso Fischer, llevándose Tobey Maguire la palma con su recreación del carácter brillante pero paranóico de Bobby Fischer, Maguire da un recital de tics y miradas que nunca llega a hacerse pesado o excesivo ni llega a convertir en odioso para el espectador. A su lado a Liev Schreiber le hace falta muy poquito para conseguir dotar de tridimensionalidad a su personaje, con muy poquitos minutos en pantalla logra que comprendamos la personalidad de esa especie de estrella del rock del ajedrez que en el fondo envidia tanto a Fischer como le admira. En un tercer lugar nos encontramos a Michael Stuhlbarg, que de nuevo ejerce de secundario robaplanos como ya hizo en Steve Jobs, demostrando que tiene una más que interesante carrera por delante.
La dirección de Zwick, clasicista en tono y fondo, se adapta perfectamente a la estupenda recreación de la época, al igual que la oscura fotografía de Steven Rosemblum que nos sumerge en las tinieblas de la mente de Fischer.
Sin embargo, pese a todos sus aciertos técnicos, el principal problema de El Caso Fischer es su falta de alma y su incapacidad para tomar riesgos. Ni decide adentrarse del todo en la locura de Fischer, ni se atreve a intentar dotar de epicidad al esperado duelo de Fischer y Spassky, ni explora esa guerra fría entre EEUU y la URSS trasladada a un tablero de ajedrez donde los jugadores no son más que peones, si no que acaba adoptando siempre un tono demasiado frío y distante, carente de ningún tipo de emoción. La sensación final es la de haber visto una foto fija y alejada de los hechos, muy correcta, que incluso entretiene por momentos pero que nunca impacta o emociona.
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