Godzilla vs Kong
Director: Adam Wingard
Actores: Millie Bobby Brown, Alexander Skarsgard, Rebecca Hall, Demian Bichir, Julian Denison, Bryan Tyree Henry, Kyle Chandler
Guion: Eric Pearson, Max Borenstein
Productores: Jon Jashni, Eric McLeod, Brian Rogers, Thomas Tull
Montaje: Josh Schaeffer
Fotografía: Ben Seresin
Música: Tom Holkenborg
Producción: Legendary Entertainment, Warner Bros
Si a principios de siglo, con la explosión potteriana, casi cada estudio buscaba su saga de ciencia ficción / fantasía adolescente como si fuera el Santo Grial con infaustos resultados que preferimos olvidar, cuando el MCU se fue mostrando como el auténtico arrasa taquillas del momento las productoras se lanzaron hacia un nuevo y desconocido hasta entonces objetivo, su propio universo compartido.
Desde los más lógicos y evidentes como los rivales de DC hasta los más extravagantes como ese Dark Universe que ya no quieren recordar ni sus propios integrantes. Pero si algo podía oler a franquicia uniendo mitos sin duda era la unión de dos de las bestias más icónicas del cine. La lucha entre King Kong y Godzilla no es ningún invento nuevo, de hecho nuestro lagarto nuclear favorito en su inabarcable filmografía se ha enfrentado a casi cualquier ser que podamos imaginar, de origen animal, mitólogico, espacial o mecánico.
Con sendos fracasos americanos a la hora de actualizar ambos titanes con los (vistos a día de hoy) simpáticos desastres de las versiones de Emmerich y Jackson, Hollywood lanzaba un nuevo intento de la mano de Gareth Edwards, con un film que levantó expectativas casi a la misma velocidad que las defraudo. Acusada de centrarse demasiado en el drama humano y ofrecernos poco monstruo, Legendary tomó nota y Kong: La isla calavera giró completamente el rumbo para centrarse en el puro espectáculo además de asentar las bases del futuro Monsterverso con la presentación de Monarch.
Sin embargo mientras en Japón, la Toho demostraba con la excelente Shin Godzilla como tratar el Kaiju eiga, Godzilla: El Rey de los monstruos lo que parecía el ensayo final de cara a la gran cita de este universo expandido volvía a pinchar en hueso por razones ya conocidas, un exceso dramático de sus protagonistas humanos que acababa ensombreciendo el espectáculo buscado por el espectador al ver en pantalla a Mothra, Rodan o King Ghidorah.
Pero a pesar de todo este accidentado viaje, por alguna extraña razón, el Monsterverso ha conseguido seguir adelante hasta llevarnos al enfrentamiento final de los dos titanes en Godzilla vs Kong.
Con un director tan irregular como Adam Wingard y unos antecedentes poco halagüeños, la sorpresa ha sido aún mayor al encontrarnos con uno de los divertimentos más entretenido de los últimos años. El film parece aprender de sus errores anteriores y trata a sus personajes humanos de un modo auto paródicamente ridículo, utilizándolos como meras excusas argumentales para llevar a las bestias de un lado a otro, en una suerte de Personaje A lleva a simio gigante a localización X para comenzar combate 2 que acaba con cualquier posible reproche a sus giros argumentales, que por otra parte no carecería de razón, pero es que la propia película no para de gritarte que eso aquí no es lo importante.
Esto que puede parecer (y lo es) extremamente arriesgado funciona a la perfección en Godzilla vs Kong. Ante la ausencia de tortas el film avanza con un sorprendente brío en una doble dirección, por un lado la búsqueda de la tierra hueca, auténtico descubrimiento del film e incluso diría de la saga, con un sentido de la maravilla absolutamente mágico y que deja con ganas de mucho más, y por otro la investigación de las razones de Godzilla para atacar a los humanos que nos traerá estimulantes sorpresas que han sido sabiamente escondidas hasta ahora y de las que evidentemente es mejor no contar nada.
Y entre todo esto unos espectaculares combates entre los dos titanes, donde sorprende la contundencia de la batalla y un gusto por el exceso que sin duda hará las delicias de los espectadores más entusiastas. Godzilla vs Kong además sabe ir de menos a más para acabar con un clímax absolutamente bestial (en el más amplio sentido de la palabra) y espectacular que hace que el espectador se olvide de cualquier posible problema argumental (que también los tiene) para abandonarse en esa reconfortante sensación de la diversión y el entretenimiento más puro e inocente.
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