La forma del agua. Título original: The Shape of Water
Director: Guillermo del Toro
Actores: Sally Hawkins, Doug Jones, Octavia Spencer, Michael Shannon, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg
Guión: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor
Productores: Guillermo del Toro, J Miles Dale, Daniel Kraus, Matthew Greenfield, David Greenbaum
Montaje: Sidney Wolinsky
Fotografía: Dan Laustsen
Música: Alexandre Desplat
Producción: Fox Searchlight Pictures, Bull Productions, Double Dare You (DDY)
Las alabanzas de la crítica, su condición de máxima favorita (veremos si ganadora, ojalá) a los Oscar y el reconocimiento que todo esto está conllevando hacia el eterna e injustamente minusvalorado Guillermo del Toro no son más que el reflejo de lo que propia película nos dice desde el minuto uno hasta el final, que en el mundo (del cine en éste caso) aún hay lugar para la magia.
La forma del agua parte de terrenos ampliamente visitados, como su ambientación en plena guerra fría entre americanos y soviéticos o el romance entre la criatura incomprendida y la mujer que sabe ver más allá de las apariencias (evidentes las referencias a Creature from the Black Lagoon) y sin embargo consigue ser única y mágica en sí misma. Esta singularidad proviene principalmente del grado de madurez alcanzado por Guillermo del Toro en ésta película, y es que parece que toda la carrera del director mexicano se hubiera dirigido hacia este preciso instante, todo su proceso de aprendizaje, todos sus aciertos y errores parecen haberle conducido a la nueva y brillante cima que alcanza en éste film.
Son tantos los aciertos de la película que es difícil enumerarlos, principalmente por temor a olvidar alguno. El principal es la maravillosa labor de Del Toro tras la cámara, con una dirección clásica, elegante y versátil, tan acertada a la hora de ilustrar una época como deliciosa en el terreno romántico, picoteando del drama, la comedia e incluso el terror (y algún género más que no voy a nombrar porque esa sorpresa merece no desvelarse) cuando la situación lo requiere.
La forma del agua consigue algo al alcance de muy pocas películas, y es que como espectador me preocupe a la vez que me interese de todos y cada uno de sus protagonistas y esto se debe tanto a lo preciso de su guión como a la excelente labor de sus intérpretes. Si desde el primer momento somos cómplices de la improbable pero creíble historia de amor de nuestros protagonistas, no son pocas las ocasiones durante el film en que Giles nos sobrecoge, Zelda nos hace reír, Robert nos intriga y Richard nos aterra. Y es que más allá del romance y la aventura, el film nos adentra en un universo propio pero muy real, donde el racismo, la homosexualidad, la ya citada guerra fría y sobre todo el inexorable cambio de los tiempos son tan importantes como la propia historia de amor principal. Conseguir que el espectador se interese de igual manera (o al menos ese fue mi caso) de tantos personajes e historias solo está al alcance de un guión absolutamente sobresaliente.
Sally Hawkins logra el mejor papel de su carrera con un personaje lleno de fuerza, cariño, ternura y valentía, todo ello sin decir ni una sola palabra recordemos. A su lado Doug Jones da una nueva lección magistral sobre como interpretar a una criatura temible, confundida y sobre todo repleta de sentimientos. Alrededor de estos un excelente grupo de secundarios que en cualquier otra ocasión se hubieran adueñado de la película, desde una Octavia Spencer que es mucho más que la amiga graciosa de la protagonista, pasando por el imponente y aterrador villano que compone Michael Shannon o el enigmático Doctor del siempre sobresaliente Michael Stuhlbarg. Sin embargo mi debilidad en esta ocasión es Richard Jenkins, capaz de convertirse en un protagonista en la sombra, con un arco dramático propio y una historia personal que pudiendo dar para película propia se acopla perfectamente al resto de situaciones y personajes.
Todo esto acompañado de la deliciosa banda sonora de Alexandre Desplat y la elegantísima fotografía de un Dan Laustsen que al igual que nuestra criatura protagonista sabe moverse entre la luz y la oscuridad, la fantasía y la realidad, el amor y el terror.
La forma del agua logra volver a la esencia de lo que es el auténtico cine: la capacidad de maravillar al espectador, de sorprenderle, asustarle o arrancarle una sonrisa pero sobre todo emocionarle consiguiendo que crea en todo lo que está viendo en pantalla por imposible que parezca. Del Toro consigue que volvamos a enamorarnos del cine, gracias por tanto gordo.
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